jueves, 3 de junio de 2010

Atalayas sionistas


Una premio Nobel de la paz. Un antiguo embajador estadounidense y otro alto funcionario del mismo país. Cooperantes, diputados europeos, y según los datos, hasta un superviviente del Holocausto (qué ironía). Tres españoles. Cuarenta nacionalidades, según algunos medios; sesenta, dicen otros. Quizá incluso sean más. Un grupo demasiado heterogéneo como para considerar el proyecto de ayuda humanitaria una conspiración. Desde nuestras atalayas occidentales, sentados sobre un cómodo asiento de oficina y bebiendo una taza de café caliente, amanecemos escandalizados con los titulares, rasgándonos las vestiduras con la triste noticia del último exabrupto militar de un Estado que hace tiempo que perdió el norte, si es que alguna vez le interesó lo más mínimo mantener el sentido de la orientación. Ayer, mientras leía las declaraciones de la madre de uno de los españoles implicados, los ojos se me llenaron de lágrimas: “lo primero que sentí fue una angustia tremenda, me quería morir (...) pero después, orgullo. Orgullo de un hijo que va a jugarse la vida por personas a las que ni siquiera conoce”. En la franja de Gaza, los palestinos viven como perros. No es una forma de hablar, ni una exageración. Es lo que cualquier persona puede extraer de las imágenes que nos llegan, dosificadas para no herir nuestra sensibilidad. Y sin embargo, todos nos creemos legitimados para hacer conjeturas sobre lo que es correcto y lo que no; sobre si un Estado tiene legítimo derecho a defenderse (¿de quién?); o acaso sobre si, al menos en un caso tan flagrante como este, debe haber una condena unánime. Una condena simbólica, por supuesto, porque desgraciadamente lo que nadie exigirá nunca a Israel son responsabilidades penales. Y no la ha habido. Ni siquiera ha sido posible esta vez, porque EEUU no lo ha permitido. Su capacidad de extorsión ha alcanzado cotas de inmoralidad vergonzosas, al bloquear una condena firme en el Consejo de Seguridad de la ONU. “Por ser vos quien sois”, una mera regañina parece suficiente (“EEUU lamenta las muertes, pero no condena a Israel”). Es indignante la actitud cómplice del gobierno de Obama, quien demuestra así el escaso margen de maniobra del que dispone, ante los intereses sionistas de una importante parte de la sociedad americana. Se ha perdido una oportunidad: esta infamia ha demostrado que EEUU seguirá protegiendo los delirios de una clase adinerada, ajena al sufrimiento humano y a la necesidad. Nada va a detener los macabros planes de una minoría caprichosa, obsesionada con un objetivo que sólo perpetuará el dolor, la destrucción y la sensación de impotencia. La misma impotencia, y el mismo dolor, que debieron de sentir las 750 personas decididas a transportar bienes básicos hasta Gaza en barcos con bandera blanca, cuando vieron llegar, armados y desde el aire, a los sicarios del Estado de Israel.

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