Tomás Gómez es el hombre de moda. Sin embargo, lejos de transmitir una imagen de joven político con ideas renovadoras (y aptitudes profesionales para llevarlas a la práctica, se entiende), su resurrección mediática no convence a casi nadie. A los que no lo conocíamos, porque basta con asomarse a para desconfiar de que alguien con un discurso tan demagógico como opositor pueda suponer un cambio real como gobernante; y lo que es más grave: por mucho que declarase que prefería "no apoyarse en Zapatero", tampoco ha conseguido arrastrar a la militancia. Ganar unas primarias por apenas 3 puntos porcentuales de diferencia (unos 558 votos, escribo de memoria) denota más desencanto que ilusión, sobre todo cuando se trata de una victoria avalada por las ansias de renovación de un partido a cuyas bases -supuestamente- tan próximo se encontraba.
En este contexto, el duelo electoral se ha presentado ante la opinión pública como un plebiscito contra el presidente del Gobierno y, por extensión, también contra su entorno más próximo. La realidad es que no se puede decir que ninguno de ellos haya salido bien parado (sirva como ejemplo la negativa de Rubalcaba a hacer declaraciones, tras su parcialidad manifiesta en favor de Trinidad Jiménez), pero sería ingenuo atribuirle tanto mérito a quien, hasta hace bien poco, era un completo desconocido en términos políticos (incluso para muchos madrileños, que ya es decir...).
Más que cuestionar su capacidad de liderazgo dentro del PSOE, las primarias de Madrid han servido para dejar a Zapatero en evidencia ante el conjunto de la sociedad. Su manera de hacer política nada tiene que ver con aquella otra que prometió al llegar a la Moncloa ("No nos falles..."), cuando sin rubor asumía compromisos sociales haciendo del talante, el diálogo y el sentido de Estado su mejor discurso. Sin embargo, los hechos demuestran que (cada vez más) gobierna para sus amigos (cada vez menos), atrincherado en un planteamiento irresponsable y sectario que sólo beneficia a unos pocos, y que, al menos desde una óptica progresista, da pavor: ¿o es que acaso no parecen "cacicadas" maniobras como (por citar sólo algunas) el decreto del carbón, las promesas de subterfugios para sortear la sentencia del Estatut, o pretender apartar de la carrera política a un candidato incómodo, a los ojos del aparato del partido? "Si quieres saber cómo es un hombre... dale poder"