martes, 5 de octubre de 2010

Subterfugios pseudoprogresistas


Tomás Gómez es el hombre de moda. Sin embargo, lejos de transmitir una imagen de joven político con ideas renovadoras (y aptitudes profesionales para llevarlas a la práctica, se entiende), su resurrección mediática no convence a casi nadie. A los que no lo conocíamos, porque basta con asomarse a para desconfiar de que alguien con un discurso tan demagógico como opositor pueda suponer un cambio real como gobernante; y lo que es más grave: por mucho que declarase que prefería "no apoyarse en Zapatero", tampoco ha conseguido arrastrar a la militancia. Ganar unas primarias por apenas 3 puntos porcentuales de diferencia (unos 558 votos, escribo de memoria) denota más desencanto que ilusión, sobre todo cuando se trata de una victoria avalada por las ansias de renovación de un partido a cuyas bases -supuestamente- tan próximo se encontraba.

En este contexto, el duelo electoral se ha presentado ante la opinión pública como un plebiscito contra el presidente del Gobierno y, por extensión, también contra su entorno más próximo. La realidad es que no se puede decir que ninguno de ellos haya salido bien parado (sirva como ejemplo la negativa de Rubalcaba a hacer declaraciones, tras su parcialidad manifiesta en favor de Trinidad Jiménez), pero sería ingenuo atribuirle tanto mérito a quien, hasta hace bien poco, era un completo desconocido en términos políticos (incluso para muchos madrileños, que ya es decir...).

Más que cuestionar su capacidad de liderazgo dentro del PSOE, las primarias de Madrid han servido para dejar a Zapatero en evidencia ante el conjunto de la sociedad. Su manera de hacer política nada tiene que ver con aquella otra que prometió al llegar a la Moncloa ("No nos falles..."), cuando sin rubor asumía compromisos sociales haciendo del talante, el diálogo y el sentido de Estado su mejor discurso. Sin embargo, los hechos demuestran que (cada vez más) gobierna para sus amigos (cada vez menos), atrincherado en un planteamiento irresponsable y sectario que sólo beneficia a unos pocos, y que, al menos desde una óptica progresista, da pavor: ¿o es que acaso no parecen "cacicadas" maniobras como (por citar sólo algunas) el decreto del carbón, las promesas de subterfugios para sortear la sentencia del Estatut, o pretender apartar de la carrera política a un candidato incómodo, a los ojos del aparato del partido? "Si quieres saber cómo es un hombre... dale poder"

lunes, 27 de septiembre de 2010

El sueño americano


La percepción de la realidad es, casi siempre, un fenómeno subjetivo. El pasado domingo, La Voz de Galicia (periódico de mayor tirada en la comunidad, y de los de mayor tirada a nivel nacional) publicaba un reportaje titulado “Estudiantes gallegos en busca del sueño americano”. Varios jóvenes, ya licenciados, relataban sus experiencias como estudiantes de Máster o Postgrado en algunas universidades estadounidenses (todas privadas), y destacaban las enormes diferencias que existían entre ambos sistemas educativos. Sin ánimo de entrar a valorar las opiniones de cada uno de ellos, he de confesar que mi primera reacción ante aquella imponente “doble página” fue de inquietud; me pareció un brindis al sol, la traslación del modelo individualista (tan propio de la sociedad americana) a nuestro entorno, ya de por sí extremadamente permeable ante cualquier corriente globalizadora que proceda de la otra orilla del Atlántico (norte, claro). Cualquiera que haya estudiado en la Universidad española reconoce abiertamente que la calidad de la docencia tiene muchos aspectos mejorables. Pero eso no justifica una crítica velada a nuestro sistema universitario (público, de calidad y prácticamente gratuito) sólo porque un grupo de privilegiados puedan complementar su formación en universidades “de prestigio”. En primer lugar, porque se trata de un prestigio de dudosa honorabilidad, ya que no se financia con cargo a los fondos públicos, por lo que no podría haber comparación posible; pero, además, es un prestigio muy caro, porque desprecia la igualdad de oportunidades, con sus políticas de admisión excluyentes (tan excluyentes como puedan llegar a ser, por ejemplo, los 30.000€ de matrícula que se citan en uno de los casos).
Javier, Jorge, Francisco, y Eva no han hecho nada malo. Pero me parece poco ético darle una cobertura informativa tan desproporcionada a un acontecimiento que no representa más que una microscópica parte del espectro de titulados universitarios del país; cuya mayoría, por cierto, centran todos sus esfuerzos en recibir apenas una oportunidad profesional, con poco o ningún éxito… con poco, o ningún, reconocimiento mediático. No dejo de preguntarme por qué un medio de comunicación tan influyente, que con frecuencia abandera algunas de las causas sociales más nobles, pretende promocionar de un modo tan descarado la figura del “self-made-man” (“hombre hecho a sí mismo”), cuando en realidad su sola invocación representa todo lo contrario a los valores que sustentan el Estado de Bienestar.

jueves, 3 de junio de 2010

Atalayas sionistas


Una premio Nobel de la paz. Un antiguo embajador estadounidense y otro alto funcionario del mismo país. Cooperantes, diputados europeos, y según los datos, hasta un superviviente del Holocausto (qué ironía). Tres españoles. Cuarenta nacionalidades, según algunos medios; sesenta, dicen otros. Quizá incluso sean más. Un grupo demasiado heterogéneo como para considerar el proyecto de ayuda humanitaria una conspiración. Desde nuestras atalayas occidentales, sentados sobre un cómodo asiento de oficina y bebiendo una taza de café caliente, amanecemos escandalizados con los titulares, rasgándonos las vestiduras con la triste noticia del último exabrupto militar de un Estado que hace tiempo que perdió el norte, si es que alguna vez le interesó lo más mínimo mantener el sentido de la orientación. Ayer, mientras leía las declaraciones de la madre de uno de los españoles implicados, los ojos se me llenaron de lágrimas: “lo primero que sentí fue una angustia tremenda, me quería morir (...) pero después, orgullo. Orgullo de un hijo que va a jugarse la vida por personas a las que ni siquiera conoce”. En la franja de Gaza, los palestinos viven como perros. No es una forma de hablar, ni una exageración. Es lo que cualquier persona puede extraer de las imágenes que nos llegan, dosificadas para no herir nuestra sensibilidad. Y sin embargo, todos nos creemos legitimados para hacer conjeturas sobre lo que es correcto y lo que no; sobre si un Estado tiene legítimo derecho a defenderse (¿de quién?); o acaso sobre si, al menos en un caso tan flagrante como este, debe haber una condena unánime. Una condena simbólica, por supuesto, porque desgraciadamente lo que nadie exigirá nunca a Israel son responsabilidades penales. Y no la ha habido. Ni siquiera ha sido posible esta vez, porque EEUU no lo ha permitido. Su capacidad de extorsión ha alcanzado cotas de inmoralidad vergonzosas, al bloquear una condena firme en el Consejo de Seguridad de la ONU. “Por ser vos quien sois”, una mera regañina parece suficiente (“EEUU lamenta las muertes, pero no condena a Israel”). Es indignante la actitud cómplice del gobierno de Obama, quien demuestra así el escaso margen de maniobra del que dispone, ante los intereses sionistas de una importante parte de la sociedad americana. Se ha perdido una oportunidad: esta infamia ha demostrado que EEUU seguirá protegiendo los delirios de una clase adinerada, ajena al sufrimiento humano y a la necesidad. Nada va a detener los macabros planes de una minoría caprichosa, obsesionada con un objetivo que sólo perpetuará el dolor, la destrucción y la sensación de impotencia. La misma impotencia, y el mismo dolor, que debieron de sentir las 750 personas decididas a transportar bienes básicos hasta Gaza en barcos con bandera blanca, cuando vieron llegar, armados y desde el aire, a los sicarios del Estado de Israel.